ASDUA

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El legionario anfibio



Arturo Pérez Reverte, XL Semanal 13 - 02 - 2011


En estos tiempos acebollados y demagógicos, cuando miro la tele y veo a los líderes islámicos tunecinos y egipcios, y a sus chicas con velo diciendo viva la democracia y abajo los tiranos, me digo que pronto harán falta unos cuantos más como el de las aletas. Por lo menos, para proteger las instalaciones portuarias mientras evacuamos Ceuta y Melilla.

Hace mucho tiempo, año 90 y cuando la primera guerra del Golfo, bebiendo zumo de frutas en un hotel de Dahrán, Arabia Saudí, un oficial norteamericano de las fuerzas especiales llamado Gamboa me contó que, en situaciones extremas, aislados en territorio enemigo, los soldados de origen latino -teníamos alrededor, en ese momento, a montones de ellos apellidados Sánchez y González- solían comportarse mejor, estadísticamente, que los de origen anglosajón. Éstos últimos funcionan muy bien en equipo, dijo. Más cohesionados, solidarios y disciplinados. Pero cuando falla el apoyo exterior, las cosas se van a tomar por saco y cada cual se queda solo y debe apañárselas como puede, los latinos llevan ventaja. Se espabilan mejor, con más ingenio. Están hechos a la iniciativa privada en mitad del follón. A buscarse la vida en pleno desmadre.


Me acordé de eso hace unas semanas, cuando conocí la aventura de un legionario de Ceuta que se fue de permiso a Marruecos; donde, tras perder en equívocas e imaginables circunstancias -supongo que en la mejor tradición grifota, con juerga moruna dotada de la parafernalia habitual para esa clase de tropa- el pasaporte y la documentación, y ante el problema que se le planteaba con la policía marroquí de la frontera, por donde debía pasar para estar en su cuartel al toque de formación del día siguiente, decidió saltarse a los mehanis a la torera. O a la marinera. Así que se fue a una tienda, compró un traje de neopreno -hacía un frío del carajo, imagínense-, aletas, gafas de buceo y tubo de respiración, y así equipado se metió en el agua y empezó a nadar, chof, chof, plas, plas, hacia el puerto de Ceuta, esquivando la verja fronteriza. Casi lo había conseguido, el tío, cuando una patrullera de Picolandia, tomándolo por un inmigrante ilegal, lo trincó por el pescuezo, llevándoselo, supongo que después de prestarle una toalla, no al cuartel, sino al cuartelillo.


Me mosqueó un poco, debo confesarlo, el tratamiento mediático del asunto. La prensa, la radio. Todo eso. Hasta en Internet se guasearon del pobre lejía. Y, para escarnio suyo, todo cristo salió por soleares en plan Celtiberia caspa y cañí: legionario de juerga en territorio comanche, permiso ahumado con ketama, esperpento berlanguiano, surrealismo de la situación con Benemérita incluida, insensatez temeraria del fulano, que a saber cómo iría de ciego, etcétera. Choteo, en resumen. Mucho. Ignoro qué suerte corrió el protagonista de la historia una vez devuelto a su cuartel; aunque supongo que, informado su coronel, debió de comerse un marrón como el sombrero de un picador. No sé cómo andarán las cosas por la Legión, pues desde que dejé mi otro oficio, después de los Balcanes, los trato poco. Creo ya no hay rapado al cero y pelota de castigo, y que ni calabozo tienen ya. Le gritas órdenes a un soldado y te lleva a juicio por acoso laboral. En el Tercio tienen ahora que abotonarse la camisa, afeitarse la barba, y a pique han estado de que les quiten el chapiri, capándoles la borla y la tradición. Pero imagino que, a poco que alguno de sus jefes y oficiales conserve algo de la vieja escuela, el lejía nadador, chorreo castrense aparte, habrá deglutido a estas horas, por lo menos, más guardias que el cabo Tres Forcas.


Tampoco sé si el fulano era español -quiero decir europeo, peninsular-, o uno de los cada vez más numerosos legionarios de origen marroquí y religión musulmana enrolados en el Tercio, que defenderán las plazas norteafricanas, en caso de conflicto con Marruecos o con quien sea, hasta la última gota de sangre. Pero, como digo, la chirigota mediática habida a cuenta del lejía nadador me parece impropia. Tampoco es que la aventura sea para ponerle una medalla; pero tiene su puntito. Yo lo habría ascendido a cabo, fíjense. O pagado una botella de algo en la cantina del cuartel. A fin de cuentas, lo que demostró echándose al agua fueron, precisamente, aptitudes de las que se exigen a los profesionales de las fuerzas armadas en cualquier ejército serio del mundo: iniciativa y decisión tácticas, firmeza en la ejecución y capacidad de buscarse la vida en territorio hostil. Como aquellos soldados de los que me hablaba en Arabia Saudí el capitán Gamboa. Y además, el jambo le echó al negocio un par de huevos: atributos simbólicos que no están de más en un legionario feroz -o legionaria feroza- al que, por oficio de llevar escopeta, suponemos desenvuelto y razonablemente corajudo.

En estos tiempos acebollados y demagógicos, cuando miro la tele y veo a los líderes islámicos tunecinos y egipcios, y a sus chicas con velo diciendo viva la democracia y abajo los tiranos, me digo que pronto harán falta unos cuantos más como el de las aletas. Por lo menos, para proteger las instalaciones portuarias mientras evacuamos Ceuta y Melilla.

LA GUARDIA CIVIL de M.Lopez Corral



LA GUARDIA CIVIL
LA ESFERA DE LOS LIBROS
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa duraISBN: 9788497348065
Nº Edición:1ª
Año de edición:2009Plaza edición: MADRID

«Se trata de una Institución apolítica, que tiene perfectamente asumido cuál es su papel. La Guardia Civil ha sido y es, por encima de cualquiera otra consideración, una Institución de los españoles, con sus defectos y virtudes. Es lo que los ciudadanos y sus gobiernos han querido que sea, hasta el punto de que no se puede concebir el Estado español sin la Guardia Civil, una de sus instituciones genuinas y que dotan a aquél de personalidad propia. Nos hallamos, por tanto, ante un patrimonio de los españoles, y desde esta perspectiva debe ser estudiada hasta alcanzar un adecuado conocimiento de cuál ha sido su evolución y papel dentro de la estructura estatal».

Desde su fundación por el duque de Ahumada, durante el reinado de Isabel II para acabar con el bandolerismo endémico de los caminos españoles, hasta la muerte de Franco, este libro tiene como principal pretensión ahondar en el conocimiento de la realidad de la Institución armada y lo hace desde la originalidad de su planteamiento.

Es una obra sobre la Guardia Civil pero sobre todo sobre los guardias civiles. Sobre la primera interesa resaltar su papel dentro del Estado, su aportación a la seguridad, a la evolución del modelo policial, su relación con el Poder, su capacidad para influir en la evolución de los hechos que cambiaron el signo de la historia de España, entre otros. De los segundos se persigue un análisis de la vertiente humana, su mentalidad, los factores que obligaron a los guardias civiles a comportarse como lo hicieron, a analizar las penurias que tuvieron que sufrir, su modo de vida, etc. Una visión esta última apenas tratada en la historiografía, y que interesa destacar para rendir homenaje a la memoria y aportación de quienes, desde una labor callada, abnegada, peligrosa, a menudo criticada y casi siempre desagradecida, han contribuido a que este país haya gozado de unos niveles de seguridad tolerables.