ASDUA

ASDUA

UNA HISTORIA DE GUERRA



Una historia de guerraPatente de corso

XLSemanal - 13/9/2010

Alguien escribió en cierta ocasión que si una historia de guerra parece moral, no debe creerse. Y alguna vez lo repetí yo mismo. Pero eso no es del todo verdad. O no siempre. Como todas las cosas en la vida, la moralidad de una historia depende siempre de los hombres que la protagonizan, y de quienes la cuentan. Ésta de hoy es una historia de guerra, y quiero contársela a ustedes tal como algunos amigos míos me han pedido que lo haga. La moralidad la aportan ellos. Yo me limito a ponerle letras, puntos y comas.

Base de Mazar Sharif, Afganistán. Cinco guardias civiles, de comandante a sargento, perdidos en el pudridero del mundo, formando a la policía afgana. Cinco guardias de veintidós llegados hace cinco meses y medio, desperdigados por una geografía hostil y cruel, en misión de alto riesgo, en una guerra a la que en España ningún Gobierno llamó guerra hasta hace cuatro días. Los cinco de Mazar Sharif, como el resto, eran gente acuchillada, porque lo da el oficio. Sabían desde el principio que a la Guardia Civil nunca se la llama para nada bueno. Y menos en Afganistán. Si lo que iban a hacer allí fuera fácil, seguro, cómodo o bien pagado, otros habrían ido en vez de ellos. Aun así, lo hicieron lo mejor que podían. Que era mucho. Atrincherados en una base con americanos, franceses, holandeses y polacos, vivían con el dedo en el gatillo, como en los antiguos fuertes de territorio indio. Igual que en los relatos de Kipling, pero sin romanticismo imperial ninguno. Sólo frío, calor, insolaciones, sueño, enfermedades, soledad. Peligro. Los únicos cinco españoles de la base, de la provincia y de todo el norte de Afganistán.

Ellos y sus compañeros habían llegado a la misión tarde y mal, aunque ésa es otra historia. Que la cuenten quienes deben contarla. Aun así, con la resignada disciplina casi suicida que caracteriza al guardia civil, se pusieron al tajo. Como era de esperar, no encontraron la mesa puesta. Quien estuvo por esos mundos con militares norteamericanos, holandeses y franceses, sabe de qué van las cosas. Sobre todo con los norteamericanos, que tienen a Dios sentado en el hombro como los piratas llevan el loro. Para hacerse un hueco entre sus aliados, distantes y despectivos al principio, no hubo otra que la vieja receta de Picolandia: aprender rápido, trabajar más que nadie, no quejarse nunca y ser voluntarios para todo. Y por supuesto, tragar mierda hasta reventar. Y así, a base de orgullo y de constancia, poco a poco, los cinco hombres perdidos en Mazar Sharif se hicieron respetar.

Un triste día se enteraron de la muerte de sus dos compañeros en Qualinao. De la pérdida de dos guardias civiles de aquellos veintidós que llegaron hace medio año, y de su intérprete. Y pensaron que el mejor homenaje que podían hacerles era que la bandera norteamericana que ondea en la base fuese sustituida, aquel día, por la española a media asta. Eso no se hace allí nunca, aunque a diario hay norteamericanos muertos, los franceses sufrieron numerosas bajas, y también caen holandeses y polacos. Así que el jefe de los guardias civiles, el comandante Rafael, fue a pedir permiso al jefe norteamericano. Accedió éste, aunque extrañado por la petición. Saliendo del despacho, el guardia civil se encontró con el jefe del contingente francés, quien dijo que a él y a sus hombres les parecía bien lo de la bandera. En ésas apareció otro norteamericano, el mayor James, que nunca se distinguió por su simpatía ni por su aprecio a los españoles, y con el que más de una vez hubo broncas. Preguntó James si los muertos de Qualinao eran guardias civiles como ellos, y luego se fue sin más comentarios.

A las ocho de la tarde, cuando fuera de los barracones apenas había vida, los cinco guardias se dirigieron a donde estaba la bandera. Formaron en silencio, solos en la explanada, cinco españoles en el culo del mundo: Rafael, Óscar, Rafa, Jesús y José. Cuando se disponían a arriar la enseña, apareció el teniente coronel francés con sus cuarenta gendarmes, que sin decir palabra formaron junto a ellos. Luego llegaron el mayor James, el teniente Williams y veinte marines norteamericanos. Y también los polacos y los holandeses. Hasta el pequeño grupo de Dyncorp, la empresa de seguridad privada americana destacada en Mazar Sharif, hizo acto de presencia. Todos se cuadraron en silencio alrededor de los cinco españoles, que para ese momento apretaban los dientes, firmes y con un nudo en la garganta. Y entonces, sin himnos, cornetas, autoridades ni protocolo, el capitán Rafa y el sargento José arriaron despacio la bandera. Una historia de guerra nunca es moral, como dije antes. Si lo parece, no debemos creerla. Pero a veces resulta cierta. Entonces alienta la virtud y mejora a los hombres. Por eso la he contado hoy.

GIBRALTAR INGLES



Gibraltar inglés
Patente de corso

XLSemanal - 13/12/2009

Los guardias civiles son inocentes como criaturas. Tanto golpe de tricornio y bigotazo clásico, y luego salen pardillos vestidos de verde. A quién se le ocurre pedir instrucciones concretas al Gobierno español sobre cómo actuar en aguas próximas a Gibraltar, donde la Marina Real británica lleva tiempo acosándolos cuando sus Heineken se acercan a menos de tres millas del pedrusco, pese a que la colonia no tiene aguas jurisdiccionales. Cada vez que una lancha picolina anda por allí persiguiendo a narcotraficantes y demás gentuza, los de la Navy salen en plan flamenco a decirle que o ahueca el ala o se monta un desparrame, mientras la embajada británica denuncia «inaceptable violación de soberanía». Para más choteo, la marina de Su Graciosa usa boyas con la bandera española en sus prácticas de tiro, a fin de motivarse. Cada vez, nuestros sufridos guardias, «para evitar males mayores y siguiendo instrucciones», no tienen otra que dar media vuelta y enseñar la popa. Y claro. Como el papel es poco gallardo, algunas asociaciones profesionales de Picolandia piden que esas instrucciones se den de forma clara, para saber a qué atenerse. Porque hasta ahora, la única recibida de sus mandos es la de «seguir patrullando por las mismas aguas, pero evitar conflictos mayores». O sea, largarse de allí cada vez que los ingleses lo exijan. Que es cuando a éstos les sale del pitorro.

La verdad. No he hablado últimamente con el ministro Moratinos, ni con el ministro Pérez Rubalcaba. Ni últimamente, ni en mi puta vida. Pero eso no es obstáculo, u óbice, para que desde esta página me sienta cualificado -como cualquiera de ustedes- para despejar la incógnita que atormenta a nuestros picolinos náuticos. ¿Cuándo el ministerio español de Exteriores va a dar un puñetazo en la mesa?, preguntan. Y la respuesta es elemental, querido Watson. Nunca. Suponer a un ministro español dando puñetazos en una mesa inglesa, o somalí, requiere imaginación excesiva. Las instrucciones a la Guardia Civil puedo darlas yo mismo: obedecer toda intimación británica y no buscarle problemas al Gobierno, a riesgo de que los guardias chulitos acaben destinados forzosos en Bermeo, o por allí. Porque si insisten, y los detienen los ingleses, y se les ocurre resistirse a la detención, para qué le voy a contar, cabo Sánchez. Sujétese la teresiana. La instrucción, que ya regía en pleno esplendor cuando gobernaba el Pepé -a ése también se la endiñaban bien-, vale para todo incidente imaginable: desde ametrallamiento de bandera, a copita y puro de la Navy con las zódiacs de los narcos, pasando por submarinos nucleares con tubo de escape chungo y paradas navales con banda de música y majorettes. Por el mismo precio también incluye la opción de desembarco de los Royal Marines de maniobras en las playas de La Línea, como ocurrió hace unos años, y la sodomización sistemática de los agentes del servicio marítimo de la Guardia Civil o de Vigilancia Aduanera a quienes la marina inglesa, al mirarlos con prismáticos, encuentre atractivos. Todo sea por evitar conflictos mayores.

Y ahora, una vez claras las instrucciones -luego no digan que no son concretas-, una sugerencia: podríamos dejarnos ya de mascaradas. De teatro estúpido que ofende la inteligencia del personal, guardias civiles incluidos. Gibraltar no va a ser devuelto a España jamás, y ninguno de los gobiernos pasados, presentes ni futuros de este país miserable, con el Estado sometido a demolición sistemática y los ciudadanos en absoluta indefensión, está capacitado para sostener reivindicación ninguna, ni en Gibraltar ni en Móstoles. Y no es ya que los gibraltareños abominen de ser españoles. En esta España incierta y analfabeta, desgobernada desde hace siglos por sinvergüenzas que han hecho de ella su puerco negocio, lo que desearíamos algunos es ser gibraltareños, o franceses, o ingleses. Lo que sea, con tal de escapar de esta trampa. Huir de tanta impotencia, tanta ineptitud, tanta demagogia, tanto oportunismo y tanta mierda. Largarnos a cualquier sitio normal, donde no se te caiga la cara de vergüenza cuando ves el telediario. Lejos de esta sociedad apática, acrítica, suicida, históricamente enferma.

Podrían dejarse de cuentos chinos. Reconocer que España es el payaso de Europa, y que Gibraltar pertenece a quienes desde hace tres siglos lo defienden con eficacia, en buena parte porque nadie ha sabido disputárselo. Y porque la Costa del Sol, donde los gibraltareños y sus compadres británicos tienen las casas, el dinero y los negocios, se nutre de la colonia; y sin ésta esa tierra sería un escenario más, como tantos, de paro y miseria. Así que declaremos Gibraltar inglés de una maldita vez. Acabemos con este sainete imbécil, asumiendo los hechos. La Historia demuestra que la razón es de quien tiene el coraje de sostenerla. Nunca de las ratas cobardes, escondidas en su albañal mientras otros tiran de la cadena.

EL PICOLETO



El Picoleto

Domingo 21 de junio de 2009
Artículo de Pérez-Reverte:

Ante el último atentado de ETA no he podido evitar acordarme de cierto artículo que leí en las páginas de El Semanal hace unos años, del escritor Arturo Pérez-Reverte. Gracias a Google he conseguido releerlo y me ha parecido apropiado, un sentido homenaje a los cuerpos de seguridad de diversa índole que tienen que trabajar allí. Sin más dilación, cedo la palabra.

El Picoleto

En la sierra de Madrid anochece gris, brumoso y sucio. Llevo todo el día dándole a la tecla y me apetece estirar las piernas, así que me enfundo la cazadora de piloto del Güero Dávila y salgo a dar un paseo. Cae una llovizna fría, y el agua en la cara me espabila un poco cuando bajo hasta el bar de Saturnino, que está junto a la carretera, en busca de un café. El camino pasa por la iglesia, en cuyo porche me entretengo un rato con don José, el párroco, que está allí con su eterna boina, como un centinela en su garita. ¿Qué te parece lo de ese pobre chico?, dice. Y me cuenta. Hace sólo unas horas, muy cerca de aquí, dos heroicos gudaris han asesinado a un joven Guardia Civil cuando éste se llevaba la mano a la visera de la teresiana para decir buenas tardes.

Hablamos un rato del asunto, el páter me cuenta los detalles que ha oído en la radio, y luego me despido y sigo mi camino bajo la lluvia.

Cuando llego al bar, llueve a cántaros. Digo buenas tardes, me apoyo en la barra sacudiéndome como un perro mojado, y pido un cortado con leche fría. Saturnino, que es grande y tripón, deja la partida de mus y pasa al otro lado del mostrador mientras sus contertulios aguardan, pacientes. En la tele, sin sonido, hay un concurso idiota; y en la radio Rocío Jurado canta como una ola, tu amor llegó a mi vida, como una ola. Enciendo un cigarrillo. Junto a mí, en la barra, están cinco albañiles de las obras cercanas; son tipos duros, de manos rudas, manchados de cemento y yeso. Fuman y beben cubatas y carajillos de Magno mientras comentan lo del “picoleto” muerto, a su estilo: nada que ver con las tertulias políticamente correctas que uno escucha en la radio ni con los circunloquios del Pepé y el Pesoe. Por lo menos, comenta uno de ellos, un etarrata se llevó lo suyo. Y lástima, añade el otro, que no le dieran un palmo más arriba, al hijoputa. En los sesos. Ése es el tono de la charla, así que tiendo la oreja. Otro cuenta cómo el segundo guardia, herido en el brazo derecho, aún tuvo el cuajo de seguir disparando con la izquierda. Y el del paraguas, añade otro. Ése que pasaba de paisano y corrió a ayudarlos con el paraguas de su mujer como arma. Compañerismo, opina un tercero. Y huevos, apunta otro. Sabe Dios cuántos guardias civiles han muerto ya con esto de ETA, dice alguien. La tira, confirman. Han muerto la tira. Y ahí siguen, los tíos. Aguantando mecha sin decir esta boca es mía. ¿Os acordáis de sus hijos muertos en las casas cuartel?

Me quedo oyéndolos un rato mientras doy unos tientos al café infame de Saturnino. A veces son como son, comenta un albañil. Tarugos de piñón fijo. Pero hay que reconocer que siempre están donde tienen que estar. ¿No? Martínez, les dicen, ponte ahí hasta que te releven. Y Martínez no se mueve de ahí aunque se hunda el mundo o lo maten. Por ciento ochenta mil pelas al mes que cobran. Y sin sindicatos, que tiene guasa la cosa. Eso vale algo, dice otro. O mucho. La prueba es que la gente dice que tal, y que cual; pero cuando tienes un problema, ni Gobierno, ni Rey, ni leches. De los únicos que de verdad te fías en España es de la Guardia Civil. Los cinco siguen un rato comentando el asunto. Y en ésas, como si estuviera preparado, se para afuera un coche verde blanco con pirulos azules. Por la ventana veo como salen dos guardias; otro empuja la puerta y entra. Es un guardia joven y alto. Tal vez se parece al que acaban de matar. Hasta es posible que pertenezca al mismo Puesto de Villalba, o al vecino de Galapagar. El guardia dice buenas tardes, se quita la teresiana y viene hasta la barra. Un café, por favor, le pide a Saturnino. Solo. Al entrar se ha hecho un silencio. Los albañiles lo miran y hasta los del mus se olvidan de los duples y del órdago. Cuando tiene delante el café, el picoleto saca del bolsillo dos aspirinas, y se las traga con unos sorbos. Qué le debo, pregunta, echándose la mano bolsillo. Saturnino va a abrir la boca, cuando del grupo de los albañiles le hacen un gesto negativo. Está invitado, rectifica Saturnino. Por los caballeros.

El guardia se vuelve hacia el grupo y mira un instante sus monos y ropas manchadas. Sus caretos masculinos y honrados, solemnes, sin afeitar, fatigados de todo el día en el tajo. Los cinco lo observan muy serios. Gracias, dice. Algún albañil inclina un poco la cabeza. Nadie sonríe ni dice una palabra. El picoleto se pone la teresiana y se va. Y yo me digo: me han ganado por la mano estos cabrones. Tenía que habérseme ocurrido. Ese café habría debido pagarlo yo.

Al Guardia Civil Antonio Molina Martín, asesinado por E.T.A. el 17 de diciembre de 2002 en Collado Villalba (Madrid).

SOBRE BORRACHOS y PICOLETOS





SOBRE BORRACHOS y PICOLETOS


PATENTE DE CORSO


XL SEMANAL Del 12 al 18 de agosto de 2007


Tengo un amigo que es picoleto de los de toda la vida. Guardia Civil caminera o como se diga ahora, si es que se dice. Rural, me parece. En Extremadura. Quiero decir que no va en moto, ni es de los que Tráfico relega a la pasiva e indigna tarea de esconderse tras una curva a ver si le hacen una foto a alguien; y si ese alguien paga una multa tres meses después –da lo mismo a quién atropelle o desgracie hoy– el Estado trinca su viruta y respira satisfecho. Precisamente de eso, tomando una caña hace unos días, se quejaba mi amigo. Mucho radar en autovía y autopista, mucha campaña recaudatoria de Tráfico, mucho anuncio en la tele y mucho marear la perdiz, decía. Pero eficacia y medios reales que eviten tragedias concretas, un carajo. Por ejemplo: si vamos de servicio y observamos a un conductor que lleva una tajada de campeonato, no tenemos ni medios ni autoridad para comprobarlo. Sólo podemos decirle quieto ahí, y llamar al equipo de Atestados de Tráfico. Ellos vienen, realizan la prueba de alcoholemia, se sanciona si corresponde, y si el fulano va muy para allá, se lleva al juez y ya está. ¿Me sigues, colega? Bueno, pues no. Esto no es lo que ocurre realmente. Y te voy a decir por qué.

En ese momento –supongo que para darle suspense, porque es lector de novelas policíacas, y les ha cogido el tranquillo–, mi amigo el cigüeño pide otras dos cañas y espera a que las pongan sobre el mostrador. Entonces bebe un sorbo, me mira al fin, y sigue. El porqué, añade, es muy simple. En mi zona no hay más que un equipo de Atestados, que no da abasto. Puedes creértelo. Y como siempre hay cosas más gordas que un conductor pasado de copas, imagínate. La pareja dos o tres horas con el prójimo, esperando, mientras a éste se le pasa la jumera y se cabrea poquito a poco; los hay que hasta piden un abogado. Y nosotros allí, parados sin poder atender otras incidencias, con los colegas mentándonos a la madre por el walki; y, encima, aguantando impertinencias del trompa. Que, según como la lleve, puede quemarte la sangre no imaginas cómo. Conclusión: vas por ahí rezando para no encontrarte con esa clase de conductores, aunque suene triste. Y si no tienes más remedio que parar a uno, al fin terminas recurriendo a alguna argucia legal para depositarle el vehículo y apartarlo un rato de la circulación, sancionándolo por algo que le quite puntos del carnet. Para entendernos: jugándote el culo con maniobras orquestales en la oscuridad, a veces eficaces pero nunca deontológicas.

Conclusión –prosigue el guardia, con el labio superior manchado de espuma cervecera–: o eludes tu deber, o te la juegas. Con lo fácil que sería dotar a las patrullas de etilómetros sencillos, sin tanta parafernalia ni trámite, y que una simple comprobación de síntomas, estilo norteamericano, fuera suficiente para levantar a uno de esos asesinos en potencia dos palmos del suelo y cantarle las cuarenta. Si hay alcohol, el que sea, pues para adelante, en vez de tanta gilipollez de etilómetros de precisión, análisis de sangre y garantías que no sé qué carajo garantizan, excepto la impunidad del borracho. Como si no se le fuera a uno el coche por miligramo más o miligramo menos, ni se viera con claridad cuándo un tipo echa el aliento y te funde la visera de la teresiana. Y luego está lo de las sanciones, que es de risa. Con lo simple que sería una legislación más realista y dura: al que conduce sin carnet, trena. Al que atropella a otro estando mamado, trena. Pero de verdad, de larga duración. Y si el infractor es emigrante, expulsión automática del país una vez cumplida la condena. Porque ésa es otra: de cómo van algunos de colocados al volante, con lo que les gusta soplar a ciertos americanos, no tiene huevos de hablar nadie en público. Con el resultado de que aquí todos somos muy tolerantes y muy propensos a garantizar el derecho de cualquiera a ponerse ciego, muy demagogos y muy tontos del culo, hasta que uno se salta la mediana y nos mata a nuestra mujer embarazada y a nuestros niños. Entonces sí. Entonces pedimos mano dura.

Tras decir todo eso, mi amigo el picolo se queda pensativo, apoyado en la barra. Le propongo otra birra pero dice que no, que ya vale. Y mueve la cabeza –lo de la mujer embarazada sé que lo ha dicho porque tiene a la suya preñada de cuatro meses–. De pronto me mira y añade: «¿Sabes cómo se combate de verdad el alcohol en la carretera?… Haciendo que cada vez que un cabrón mamado ve a la Guardia Civil, se cague vivo. Pero vete a decirle eso a un político».

Los fundadores de la Guardia Civil



Una vez acabada la larga y cruenta guerra contra la Francia napoleónica, el estado caótico de la administración y las fuerzas armadas había provocado el desorden y la inseguridad en gran parte del territorio español. Para evitar el bandolerismo, que se agravaría aún más con motivo de la Primera Guerra Carlista, el gobierno puso en marcha varias iniciativas para emplear las fuerzas del ejército en la persecución de los malhechores.
El antecedente inmediato de la Guardia Civil fue en 1820 la Legión de Salvaguardias Nacionales, idea del primer Duque de Ahumada y Marqués de las Amarillas, el donostiarra de origen navarro Pedro Agustín Girón (San Sebastián, 1788 - Madrid, 1842). Fue combatiente de la Guerra de la Independencia –en la que, entre otras localidades, tomó a los franceses Tolosa y Pasajes, además de participar decisivamente en Bailén–, de la Primera Guerra Carlista, Ministro de la Guerra y miembro del Consejo de Regencia durante la minoría de edad de Isabel II.
Esta propuesta, nacida durante el Trienio Liberal, surgió ante la extensión del desorden que hacía intransitables los caminos y que condenaba a extensas zonas rurales a permanecer fuera del imperio de la ley. El proyecto era crear una fuerza de orden público formada por elementos provenientes del ejército con hojas de servicio intachables.
Pasó un cuarto de siglo y en 1844, siendo presidente del Gobierno el General Narváez y teniendo lsabel II catorce años, fue nombrado ministro de la Guerra Manuel de Mazarredo (Bilbao, 1807 - Bilbao, 1857), de ilustre estirpe militar vizcaína, jefe de Estado Mayor con Espartero y Capitán General de Castilla la Nueva y de las Vascongadas. Combatió en el bando isabelino durante la Guerra Carlista, participando en numerosas acciones. Durante su mandato dedicó preferente atención a la organización de la Guardia Civil, que fue creada ese mismo año por iniciativa suya.
El 15 de abril de ese año nombró director del cuerpo recién creado –por Real Decreto del Consejo de Ministros publicado el 13 de mayo– al navarro Francisco Javier Girón y Ezpeleta –hijo de Pedro Agustín–, segundo Duque de Ahumada (Pamplona, 1803 - Madrid, 1872).
Descendía de una familia de rancio abolengo y larga tradición militar. Desde niño alistado en el ejército, ascendió a coronel a los veintisiete años y a mariscal de campo a los treinta y siete. También él veterano combatiente liberal en la Guerra Carlista, sería el encargado de organizar el cuerpo y darle la forma e inspiración con las que ha llegado hasta nuestros días.
Es muy contada una anécdota sucedida en su juventud. El famoso bandolero andaluz José María el Tempranillo, abandonada al final de su corta existencia la vida delictiva, formó parte de un cuerpo destinado a perseguir la delincuencia bajo el mando del a la sazón Capitán General de Andalucía, Pedro Agustín Girón, primer Duque de Ahumada. Entró un día en el despacho sevillano de su superior, quien le presentó a su hijo, por entonces al mando de un cuerpo de infantería.
–Hijo, te presento a un valiente –dijo el Capitán General.
A lo que respondió el ex-bandolero:
–Un valiente no, señorito, sino un hombre que nunca se aturde.
Según parece, la respuesta de El Tempranillo fue enseñanza que guardó siempre el futuro fundador de la Guardia Civil.
El carácter disciplinado de la Guardia Civil, su eficaz labor, su espíritu de sacrificio y su íntimo contacto con la población de los rincones más apartados de España hizo que no tardase en convertirse en el cuerpo armado más admirado y querido por el pueblo, sentimiento que pervive más de un siglo y medio después de su creación.
El cuerpo que diseñara un guipuzcoano, fundara un vizcaíno y organizara un navarro ha visto caer, por el momento, a doscientos cuatro de sus integrantes asesinados con cobardía en nombre de la liberación de Euskalerria.


Extraído del Libro La Nación Falsificada del Historiador y Abogado  Santanderino Jesús Laínz

Tiempos en Armas



Titulo
Ferrer-Dalmau “ Tiempos en Armas”
Resumen
Los Tiempos en Armas no es un libro de arte; aunque lo sea. Tampoco es un libro de armas y uniformes, aunque los haya. Éste libro es básicamente un argumento del pasado: de soldados del pasado que siguen presentes, y que Ferrer-Dalmau con su alquimia resucita hasta mostrarlos de manera inmortal.
Los Tiempos en Armas, es como tanto otros, un libro dedicado a la guerra y a la milicia, es un homenaje, es poesía de colores y recuerdos.
Caracteristicas
64 pag. - 25x22cm - Español
Tapa dura con sobrecubierta . Mas de 80 fotos a color.
Editorial
Historical Outline junto a Galland Books

Estampas de la Caballería Española

Titulo
Ferrer-Dalmau. Estampas de la Caballería Española
Resumen
Un soberbio estudio de la historia de la Caballería española a través de la obra pictórica de Augusto Ferrer–Dalmau.

Un libro de arte indispensable para conocer los avatares y la historia de España del siglo XIX y recrearse en la pintura realista y colorista del ejército español de la mano de uno de los mejores pintores españoles del último siglo.
Caracteristicas
80 pag. - 25x22cm - Español
Tapa Dura entelada con sobrecubierta. 80 paginas, a todo color.
Editorial
Galland books

Sereno en el peligro


Sereno en el peligro de Lorenzo Silva:
Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil ofrece un recorrido por el devenir español, desde 1844, en busca de una línea vertebradora que nos explique lo que de excepción tiene un cuerpo de seguridad pública que se conoce con el apelativo de benemérito: sus peculiaridades, sus claroscuros, sus miserias y, pese a todo, sus glorias.
Lorenzo Silva, que ya conoce el éxito con sus novelas sobre los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, se aventura por el ensayo en busca del «carácter de esta peculiar institución y de los hombres, y más recientemente mujeres, que la integran». Contra los tópicos más arraigados, que sobre el Cuerpo existen, esta obra presenta una interpretación personal del papel histórico de la institución. Muchos españoles todavía la ven como una entidad reaccionaria, cuando en realidad es una creación de la España liberal y ha sido históricamente motor de progreso .

EL AZOTE DE ETA



EL AZOTE DE ETA
JESÚS Mª ZULOAGA
Jefe de la 513 Comandancia de la Benemérita en Guipúzcoa hasta 1995, es, por méritos propios, el agente antiterrorista más cualificado en la lucha contra la banda criminal E.T.A. Y es por ello también el objetivo más codiciado, no sólo de los terroristas, sino de todos aquellos que apoyan, en cualquiera de las formas, la violencia asesina.
Es evidente, que ocupa un puesto de honor en el camino de la derrota del terrorismo, y de la lucha por la libertad real de todos. Eso se lo agradecemos, y se lo agradeceremos siempre, todos los españoles.

MI VIDA CONTRA ETA


Fecha de publicación: 16/11/2006
600 páginas
ISBN: 978-84-08-05886-1
Código: 600826
Formato: 15 x 23 cm.
Encuadernación: Tapa dura con sobrecubierta


Este libro narra en primera persona y con lenguaje claro y sencillo los 16 años de lucha contra ETA por parte de su mayor enemigo, el general Enrique Rodríguez Galindo. Se trata, pues, de un documento único, que quedará para la historia del combate desigual entre la mayor banda criminal de la historia de España y un grupo de guardias civiles, dirigido por Galindo desde el famoso cuartel de Inchaurrondo.

Esta obra es un homenaje a las víctimas del terrorismo etarra, en boca de quien entregó los mejores años de su vida para combatir a esa organización.

El general Galindo creó una red de confidentes que se convirtió en la columna vertebral de su lucha, unido a una inteligente explotación de la información obtenida. Todo ello lo convirtió en la persona individual que más y mejor ha combatido a la banda terrorista. Un aspecto poco conocido que desvela este libro son los contactos que, con autorización del gobierno, mantuvo con dirigentes de ETA, ya en 1984.

Objetivo cero



Jesús María Zuloaga  2006 - La esfera de los libros - 1ª Edición / 232 págs. / Rústica / Castellano / Libro
ISBN10 8497345150; ISBN13 9788497345156
«El mundo, su mundo, se venía abajo. Los miembros de su ejército, al que había apoyado con su secreta colaboración desde hacía casi diez años, le acababan de traicionar en lo más íntimo. Salió a la calle, hacía frío. Era diciembre de 1988. La venganza estaba servida».

Así comienza "Objetivo cero", un libro estremecedor que nos cuenta la historia de Luis Casares, el etarra confidente de la Guardia Civil que entregó a sus compañeros del Comando Eibar y que más tarde, en marzo de 1992, les condujo hasta Artapalo, la cúpula de Bidart, en el mayor golpe jamás asestado a ETA. Un militante convencido de que una Euskadi «socialista y revolucionaria» era posible, y que sin embargo eligió colaborar con las Fuerzas de Seguridad.

La narración que se ofrece en estas páginas se basa en gran parte en los testimonios prestados por los terroristas una vez detenidos por la Guardia Civil. Como afirma Enrique Rodríguez Galindo en el prólogo, «Zuloaga retrata con gran maestría el personaje de un colaborador y encuentra con irrefutable lógica las verdaderas razones de su comportamiento, así como el desgarrador conflicto social, político y humano en el que vive, dejando claras y nítidas su humanidad y su grandeza».

MANUAL DE LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO



MANUAL DE LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA DE GENERO
de MARCHAL ESCALONA, NICOLAS A.
ARANZADI
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa duraISBN: 9788499036465
Nº Edición:1ª
Año de edición:2010

«Sentía miedo de él por muchos motivos. Cuando se volvía violento por supuesto, porque aunque no me diera golpes a mí, sí le daba a todo a mi alrededor, gritaba todo el tiempo, rompía cosas, me decía cosas hirientes y ofensivas, como insultos o amenazas

MANUAL DE DERECHO DISCIPLINARIO DE LA GUARDIA CIVIL



MANUAL DERECHO DISCIPLINARIO GUARDIA CIVIL
de MARCHAL ESCALONA, NICOLAS A.
S.A. ARANZADI
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788483559048
Nº Edición:1ª
Año de edición:2008
Plaza edición: CIZUR MENOR
El presente manual es una obra eminentemente práctica. Es un tratado que pretende servir de ayuda en la aplicación de una ley que, contando con tan sólo 78 artículos, plantea no pocas dificultades en su interpretación e integración con el resto del complejo normativo que regula a la Guardia Civil
El valor de esta obra gira en torno a los siguientes parámetros:
- Los trascendentales cambios operados por la LO 12/2007 en relación con la LO de 11/1991 (infracciones, procedimientos, etc)
- La complejidad de algunos preceptos novedosos: mobbing (art. 7. 8), prevaricación como infracción (art. 7.25), etc.
- La introducción de procedimientos nuevos y desconocidos hasta el momento (expediente por falta leve) Por último, el valor añadido de la obra reside en sus autores.

La conjura de Siboney






Eduardo Martínez Viqueira
De Librum Tremens Editores. Madrid, 2010. 483 págs.
ISBN: 978-84-15074-06-9
Sinopsis.-
Ambientada en el período de la Guerra Grande de Cuba (1868-1878), La conjura de Siboney narra las peripecias del teniente Castillo, destinado a aquella isla caribeña en 1874 para ponerse al frente de una sección de la Guardia Civil en Puerto Príncipe (hoy Camagüey). Con el telón de fondo de las intervenciones armadas en que toma parte contra las partidas de mambises y bandoleros, ante el lector se va presentando, con vivo realismo y un extraordinario manejo de la documentación, el ambiente que el joven oficial se encuentra a su llegada a Cuba, agotada por una larga guerra: las ciudades con decadente sabor colonial, la variopinta población, los combates en la manigua o la situación de un ejército aquejado de mil carencias y acosado por las enfermedades tropicales.
Más tarde, el protagonista es ascendido a capitán. Gracias al prestigio granjeado durante la campaña, es enviado en comisión de servicio a Sancti Spíritus al mando de un pequeño equipo de colaboradores. Allí investigarán una extraña trama que ha provocado el asesinato de varios hacendados cubanos que estaban dispuestos a terminar con el esclavismo concediendo la libertad a sus trabajadores negros. Las sociedades secretas de los ñáñigos, las logias masónicas que comenzaban a proliferar y los propios grupos insurgentes pasarán a estar en el punto de mira de los investigadores.
El lector de encontrará ahora frente al ambiente de opulencia todavía existente en las grandes haciendas del Valle de los Ingenios y el contraste con la dura vida que arrastran los esclavos de los bateyes; los contactos de los rebeldes en el exilio de Cayo Hueso y las remesas clandestinas de armas o las labores de espionaje en Nueva York. Pero también las controversias políticas de la época, en cierto modo reflejo de las de la Península, y la hipocresía de una sociedad en la que hay mucho de doble moral. Al margen de sus compañeros de armas, pocas personas se harán dignas de la confianza del capitán Castillo y sus hombres, que se enfrentan a una hermética organización, aunque más próxima a ellos de lo que imaginan. Sobre ella planeará la sombra de la trama cubana que participó en el asesinato del general Prim y que no descansará hasta cometer un nuevo magnicidio. Esto hará que al final se precipiten los acontecimientos, dando lugar a un desenlace tan trepidante como inesperado.

Atlas ilustrado de la Guardia Civil







Tras la Guerra de la Independencia y, más tarde, las Guerras Carlistas, la población española tuvo que enfrentarse a un grave aumento de la delincuencia. Aquellos combatientes que habían participado en la eficaz táctica militar de las guerrillas, incapaces de integrarse en una sociedad nueva e inestable, hicieron del bandidaje su estilo de vida y la manera de ganarse el sustento. El duque de Ahumada fue designado para la organización de un nuevo cuerpo de seguridad pública, La Guardia Civil.

CODIGO DE LA POLICIA JUDICIAL





CODIGO DE POLICIA JUDICIAL
de MARCHAL ESCALONA, NICOLAS A.
ARANZADI
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa duraISBN: 9788483559727
Nº Edición:1ª
Año de edición:2009Plaza edición: CIZUR MENOR


La actividad de policía judicial se ha desgajado de las funciones generales de policía y posee hoy autonomía propia, presentando unos perfiles diferenciales que la distinguen netamente de las restantes funciones policiales, tanto desde una perspectiva dogmática, como legislativa y más aún desde el punto de vista de la realidad práctica. El legislador ordinario ha regulado la policía judicial en normas tanto administrativas, esencialmente en lo relativo a su organización, como procesales para ordenar su funcionamiento. El resultado es un entramado de normas dispersas y de distinto rango, que van desde leyes orgánicas como la Ley Orgánica 2/1986, de Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o la Ley Orgánica 6/1985, del Poder Judicial hasta normas de rango reglamentario, como el Real Decreto 769/1987, de 19 junio, de Regulación de la Policía Judicial. No obstante, en ocasiones por criterios de oportunidad legislativa se regula la actuación de la policía judicial en normas administrativas, como la Ley Orgánica 1/1992, sobre Protección de la Seguridad Ciudadana, que contiene conjuntamente normas de actuación de la policía gubernativa y de la policía judicial. Por otro lado existen normas extra-procesales que también atribuyen las funciones de policía judicial a ciertos funcionarios encargados de la seguridad de determinados bienes o valores, de lo que constituye un ejemplo, y no el único, la disposición contenida en el artículo 6, g) de la Ley 43/2003, de Montes, que atribuye a los agentes forestales la condición de policía judicial. La indicada dispersión normativa ha puesto de manifiesto la necesidad de reunir todas ellas en un solo texto, de modo que su manejo permita un acceso sencillo y completo de la legislación sobre la policía judicial tanto a los profesionales policiales como a otros funcionarios y profesionales relacionados con la materia e incluso a los estudiosos. Y éste ha sido el esfuerzo y el propósito de los autores de este Código de Policía Judicial, que ha agrupado de manera ordenada y lógica las normas reguladoras de la materia.

CODIGO DE LA GUARDIA CIVIL





CODIGO DE GUARDIA CIVIL
de RODRIGUEZ TEN, JAVIER
S.A. ARANZADI
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blandaISBN: 9788483555491
Nº Edición:1ª
Año de edición:2008Plaza edición: CIZUR MENOR


Las circunstancias y singularidades que convergen en torno a la Guardia Civil se traducen en un estatuto jurídico amplio, complejo y fragmentario: Instituto armado de carácter militar, opera habitualmente como Fuerza o Cuerpo de Seguridad del Estado, dependiendo del Ministerio del Interior, pero sus miembros pueden también encontrarse adscritos al Ministerio de Defensa, desempeñar funciones militares e integrarse en contingentes que participan en misiones internacionales, sin perjuicio de la posibilidad de formar parte del Centro Nacional de Inteligencia o actuar como Policía Judicial, dependiendo de Juzgados, Tribunales y Ministerio Fiscal.